En el budismo zen, he conocido casos en los que no solo se confunden, sino que incluso se terminan por olvidar o descartar algunos aspectos taoístas de la tradición, hasta el punto de negar la existencia de un estado especial de conciencia en el Zen.
Desde el punto de vista estrictamente budista, esto es comprensible y aceptable, ya que se trata de una práctica orientada al crecimiento personal o espiritual, donde la atención en un estado de conciencia normal es suficiente como herramienta para alcanzar los fines psicoterapéuticos propuestos. Sin embargo, en este caso, lo que se practica es budismo, pero no Zen.
Ahora bien, si nos adentramos en el canon del Sōtō Zen, encontramos el concepto de hishiryō como un estado de conciencia no ordinario, extraordinario y difícil de alcanzar, aunque no por ello menos natural. Además, se considera que este es el estado de conciencia correcto y adecuado que propicia la experiencia de la expansión de la conciencia y el despertar unitivo del satori. También se describe como una conciencia no yoica; quizá por ello se le denomina también conciencia infinita, pues, según el Tao, es este principio o conciencia universal quien se expresa o actúa. Como decía Taisen Deshimaru: “Entrar en hishiryō es sincronizarse con el sistema cósmico”.
Zazen shikantaza es el vehículo contemplativo característico de la escuela Sōtō Zen, que nos lleva a alcanzar la conciencia hishiryō. Por tanto, de aquí en adelante, me centraré exclusivamente en el aspecto transpersonal o místico de esta escuela y en su correspondiente modalidad de práctica absortiva.
Tal como parecen indicar todas las tradiciones místicas, tanto orientales como occidentales, podríamos hablar, de un "teorema de la mística", aceptado implícitamente dada la convergencia de sus fundamentos esenciales en las grandes religiones del planeta, al menos en su vertiente esotérica. Además de la mística de la India y China, contamos con la conocida mística cristiana y, en el islam, con los sufíes y derviches. Este teorema se deriva del axioma de la “cópula mística”: donde solo la Nada puede acoger completamente al Todo; o, en términos matemáticos, solo el cero puede incluir el infinito.
Así, para experimentar el éxtasis místico o la unicidad, debemos vaciarnos. Como decía el santo místico y poeta San Juan de la Cruz: “Entre más vacío esté el cuenco, más podrás llenarlo en la fuente”.
La teoría parece clara; sin embargo, el problema surge cuando entramos en el plano práctico. ¿Cómo podemos realmente llevarlo a cabo? ¿Cuál es el procedimiento para hacerlo realidad?
Aquí es donde radica lo extraordinariamente difícil, sutil y audaz. La ironía y paradoja de este proceso es que no resulta complicado por su complejidad, sino por la extrema sencillez del método. En otras palabras, el secreto consiste en "simplificarnos de forma extrema".
Los siguientes párrafos, extraídos de dos textos fundamentales de la mística oriental y occidental, respectivamente, parecen coincidir y confirmar este teorema. Además, nos orientan e iluminan en el camino correcto:
«Estudiar el budismo es estudiarse a sí mismo.
Estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo.
Olvidarse de sí mismo es ser iluminado por todas las cosas.
Ser iluminado por todas las cosas es desprenderse del propio cuerpo-mente y del cuerpo-mente de los demás».
Texto extraído del tratado Genjō Kōan, Shōbōgenzō, Eihei Dōgen
«Quedéme y dejéme,
el rostro incliné sobre el Amado; cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado».
Último párrafo del poema Noche oscura, San Juan de la Cruz
Ambos textos, surgidos en las antípodas del planeta, parecen darnos una clave: lo que en la mística se llama el "santo olvido", clave de la disolución del ego.
Efectivamente, el santo olvido es lo que practicaban los taoístas, quienes buscaban actuar sin la conciencia personal. Pero, ¿cómo es posible morar o permanecer sin la conciencia personal, al menos durante la meditación?
En los comienzos de la instrucción, cuando uno es principiante, primero te dicen que debes dejar de pensar. Luego, que no se trata de dejar la mente en blanco. Más tarde, te indican que debes observar los pensamientos. Y después, que debes observarlos en el menor tiempo posible, etcétera. En fin, un gran galimatías.
Volvamos a las fuentes de la tradición para intentar desentrañar este misterio. Una vez más, la explicación nos la proporciona Dōgen cuando se refiere a cómo alcanzar el estado de conciencia zen, hishiryō:
«Por favor, pensad desde el fondo del no-pensamiento. No penséis desde el fondo del pensamiento. ¿Cómo hacerlo? Más allá del pensamiento, esto es hishiryō».
Además, en la instrucción zen se suelen dar, entre otras, las siguientes directrices:
Principio Shan Shui (montaña y río): la postura correcta durante el zazen implica que la inmovilidad del cuerpo sea firme e impasible como una montaña, mientras que la mente fluya como un río, sin detenerse ni estancarse.
Principio de ecuanimidad: la concentración debe ser subjetiva y la observación, objetiva.
Principio de regresión cognitiva: se trata de regresar a la condición primordial de la mente.
Principio del equilibrio (jō-e): según Taisen Deshimaru, en La práctica de la concentración, debe haber un equilibrio entre la concentración (jō) y la observación (e) para que emerja el hishiryō.
Principio de realidad: la atención debe estar focalizada en el aquí y ahora.
Deshimaru afirmaba que un exceso de concentración, al reducir excesivamente los pensamientos, puede conducir a la somnolencia y la oscuridad mental (kontin, hipoactividad mental). Por el contrario, un exceso de observación puede derivar en pensamientos excesivamente discursivos, lo que lleva a la hiperactividad mental o crispación (sanran).
En otras palabras, no debe haber pensamiento discursivo ni reflexivo, pero sí pensamiento. ¿Cómo es esto posible? Esta es la gran cuestión, el gran kōan, que me ha llevado años de investigación para descubrir su clave o secreto. Este descubrimiento fue el fundamento de la hipótesis principal de mi tesis en el Programa de Estudios Budistas de la Comunidad Budista Sōtō Zen, que posteriormente se publicó como ensayo bajo el título Hishiryō.
Cuando el maestro Dogen dice en el Fukanzazengi, en forma de kōan: «Por favor, pensad desde el fondo del no-pensamiento. No penséis desde el fondo del pensamiento. Esto es hishiryo, el secreto del Zen», se está refiriendo a la conciencia surgida del pensamiento perceptivo o percepción —pura—. La percepción es el suelo sobre el que reposa la alfombra del pensamiento conceptual. Este suelo es el fondo del no-pensamiento al que se refiere el Zen cuando dice: «Pensar sin pensar, no pensar pensando, pensar desde el fondo del no-pensamiento». Bajar al sótano de la factoría del pensamiento es estar frente a la cadena del proceso de la percepción, donde se produce el estado de conciencia Zen.
En aquellos tiempos no se discriminaba claramente entre distintos tipos de procesos cognitivos. Hoy en día, la ciencia establece dos niveles de procesamiento cognitivo: el superior, donde se sitúa el lenguaje y el pensamiento racional —lo que Dogen se refería como «pensar desde el fondo del pensamiento»—, y el básico o primario, en el que se encuentra, entre otros, la percepción —lo que el citado maestro expresaba como «pensar desde el fondo del no-pensamiento»—. El Zen lo hacía, pero lo expresaba en su característico lenguaje paradójico.
Para poder bajar a este «suelo mental» es necesario «pulir el espejo», es decir, alcanzar la inmovilidad o aquietamiento de la libido —ascetismo o vía purgativa del cristianismo— en todos los planos del sujeto: corporal, emocional, mental y espiritual o volitivo, realizados en el zazen shikantaza. Esta no es otra que la razón del concepto mushotoku en el sentido más profundo del término. En los tres primeros ámbitos del sujeto pueden, de algún modo, ejercerse o dirigirse desde el yo —noche del sentido—, pero en el último es donde es necesaria la disolución del yo, puesto que se trata de trascender el plano individual o personal para pasar al trascendental o transpersonal. Aquí radica la dificultad. ¿Cuál es la clave? La respuesta a este interrogante es kanzeon.
Kannon o kanzeon representa la figura o arquetipo de la compasión, pero esta emoción surge de la propia experiencia mística —kensho, la noche del espíritu. En esta vivencia se realizan simultáneamente las tres realidades, tres sellos o marcas (tri-laksana): dukkha, anatman y anicca. Esta experiencia genera en el sujeto una honda crisis egoica y su consecuente revolución identificatoria, que le impulsa necesaria y poderosamente a proyectarse en el otro, naciendo el espíritu de la compasión —Espíritu Santo—, que en la tradición budista india se llama Avalokitesvara y, en el Zen japonés, Kannon o Kanzeon.
Por otro lado, en otro kōan clave de los cánones Soto Zen se afirma que: «Estudiar el budismo es estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Olvidarse de sí mismo es ser iluminado por todas las cosas. Ser iluminado por todas las cosas es desprenderse del propio cuerpo-mente y del cuerpo-mente de los demás». Pero, ¿cómo olvidarse de sí mismo?
Si la cerradura de la puerta de hishiryo es el aparato perceptual, que hemos conformado y optimizado por la vía ascética o noche de los sentidos — mushotoku en el Zen—, la llave es, como no podía ser de otra manera, su contraparte: el estímulo. Concretando, el estímulo sonoro. Aunque el estímulo visual puede desencadenar o coadyuvar el fenómeno de la experiencia, frente al sonoro está considerablemente más limitado. Este fenómeno de apertura, llamado también absorción, sucede porque tiene la capacidad de «secuestrar» la atención dirigida al yo para volcarla hacia la fuente del estímulo. La atención, que es energía, deja de nutrir al yo, y este se disuelve por inanición, dado que es virtual (es producto del lenguaje o pensamiento conceptual), con lo que se abre la experiencia del Santo Olvido en mística. Aquí reside el secreto del Soto Zen: este es el puente o vehículo hacia la trascendencia —vía iluminativa o illuminatio—, para llegar, más adelante a la transpersonal o vía unitiva (satori).
Existe una explicación científica para este fenómeno, basada en el llamado reflejo de orientación, una conducta que se manifiesta en todos los animales, e incluso podría decirse que en las plantas. El reflejo de orientación, como su
propio nombre indica, orienta la conciencia y el cuerpo hacia la fuente del estímulo para optimizar la recepción de la información del medio. En otras palabras, es la atención. Entonces, ¿cuál es la noticia? La buena nueva es que, por naturaleza, estamos dotados de un artefacto que permite el olvido del yo. Este dispositivo, cuya función es dirigir el reflejo de orientación, se denomina sistema de activación reticular ascendente (S.A.R.A.), situado en el tronco del encéfalo. Esta es la cerradura que, cuando es penetrada por el estímulo, permite, en un estado de favorable neutralidad, quietud, serenidad y abandono —espíritu mushotoku—, abrir la puerta del sótano de los procesos cognitivos: la percepción pura. Esta despierta la conciencia hishiryo, un tipo de cognición intuitiva, instantánea o no lineal y fresca, de una extraordinaria sensibilidad o permeabilidad, en la que probablemente domina el hemisferio derecho en su elaboración.
Esta capacidad innata fue normal en estados pre-verbales, pero desaparece con el desarrollo e instalación del ego, inmediatamente posterior al comienzo del habla —entre los 18 y 24 meses—, en el lóbulo frontal y el hemisferio izquierdo, respectivamente. Por ello se dice en el Zen que hay que volver a la condición original de la conciencia. También se considera la verdadera hipnosis, difícilmente ejercida en otros escenarios, puesto que, para que esto se dé plenamente, debe desaparecer el yo o la voluntad egoica.
Por otra parte, en esta proposición se siguen cumpliendo todas las directrices del Zen:
Principio de realidad: Estar en el aquí y ahora.
Principio Shan Shui: Mente fluida y quietud psicosomática.
Principio de ecuanimidad: Concentración subjetiva y observación
objetiva.
Principio de regresión cognitiva: Se vuelve a la condición preverbal
de la mente.
Principio de equilibrio atencional (jo-e): Equilibrio concentración-
observación.
Querría aclarar que, según esta propuesta, básica y supuestamente, cualquier acto perceptual valdría como práctica para llegar a hishiryo, por lo que no necesariamente tiene que ser el sonido. De hecho, serviría cualquier fenómeno aleatorio que se expresase en forma de estímulo a través de cualquiera de los cinco sentidos, sin que ello suponga negar que existen unos más propicios o adecuados que otros.
Si en el budismo se habla de «presencia» en el sentido de estar lúcido en el aquí y ahora, el sentido de la «presencia» en el taoísmo es percibir o sentir la compañía o el abrazo de la naturaleza en nuestro cuerpo-mente.
Por último, volviendo al arquetipo de la compasión, Kannon o Kanzeon, tan venerado en el gran público adepto (campo exotérico) de Oriente, hay que advertir que el origen y el propio significado —esotérico— de Kanzeon es: kan, observar profundamente, ver la raíz, lo esencial, tener una visión amplia; ze, el mundo, la vida, los fenómenos; on, el sonido, la voz. Esto es, Kanzeon es aquel que observa profundamente el sonido del mundo. Lo mismo que su forma en sánscrito, Avalokitesvara, literalmente se traduce como «el que ha percibido un sonido».
Ya en el siglo VI, Kanchi Sosan, dentro de su libro Sin jin mei, menciona la vía sravakayana o la de los auditores (sravaka), aunque con otra acepción, la de discípulo; de hecho, hoy en día este es su significado actual. Así también, la derivación que tomó su significado en el jainismo fue la de practicante laico.
Sin embargo, no parece que el significado originario fuese el mismo del que terminó derivando, es decir, el actual; entre otras cosas porque hay otros muchos vocablos para expresar dicho significado, tanto en sánscrito como en pali (sisya, sruta, sissa, antevasi, etc.).
La razón para deducir esto es que, originalmente, suponía uno de los tres caminos budistas (triyānas), a saber: además del Śrāvakayāna, el Pratyekabuddhayāna (camino del buda solitario) y el Bodhisattvayāna (vía del bodhisattva). Resulta extraño, sin embargo, que en aquel entonces el término designara un estadio inicial de la práctica, sobre todo considerando que la noción de Mahāyāna surgió en oposición al Śrāvakayāna, al que posteriormente se le atribuyó el nuevo y peyorativo término Hīnayāna o "Pequeño Vehiculo".
Por otra parte, en un principio Śrāvaka era sinónimo de Arhat, individuos que han alcanzado la liberación. Asimismo, se dice que los śrāvakas logran dicha liberación escuchando el Dharma. Si entendemos "Dharma" como la doctrina budista, cualquier practicante sabe que esto sería imposible sin la práctica, ya que se trata de una experiencia que trasciende lo puramente lógico o conceptual. No obstante, si consideramos la segunda acepción de "Dharma", como cualquier fenómeno natural, esta interpretación encajaría mejor con la propuesta de que se trata de escuchar los fenómenos del entorno a través de su expresión sonora.
Sea como fuere, incluso aceptando el significado de "discípulo", resulta adecuado emplearlo para designar una práctica diferenciada cuya característica esencial es la escucha. Esta práctica se vincula a una cualidad central del budismo zen: mantener una mente no condicionada, receptiva, humilde, flexible y fértil, conocida como "la mente del princiante".
En conclusión, la única, o la mejor salida lógica y empírica que cumple con todos los requisitos del Canon Soto Zen que explican el acceso al estado de la consciencia hishiryo la encontramos en la absorción mental teniendo como soporte de atención el sonido del entorno ambiental.
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